divendres, de març 30, 2007

LA CULPA LA TUVO EL TREN. Cap4

LA CULPA LA TUVO EL TREN (13.2.07)

Disclaimer: Card Captor Sakura pertenece a Clamp. La trama de esta historia es mía.

Aviso: Todos los cambios de escena suponen un cambio de punto de vista.

Capítulo cuatro: Supernova

Una tentación. Indudablemente en mi cama había una tentación. Tentación jugosa e irresistible, encarnada en mujer, en diosa. En Tomoyo.

Sus largas piernas estaban enroscadas con las mías, y sus delicados pies, fríos como la nieve, se retorcían buscando calor entre mis pantorrillas. Sus caderas estaban a milímetros de las mías, tentándome de nuevo. Su barriga no era llana como una tabla de planchar, por supuesto que no. Tenía forma redondeada, pero no había suficiente carne como para considerarlo un michelín. Más bien su cuerpo decía que era el de una mujer adulta y bien formada, una mujer con necesidades y pasiones, como había demostrado la noche anterior.

Una mujer que, sobre todas las cosas, amaba.

Me giré para ver qué hora era en el despertador de la mesita de noche. Sólo había visto las sombras que se proyectaban en la habitación a través de la ventana, y se podía decir que aún no había salido el sol.

Las cinco y media de la madrugada.

Era demasiado pronto para despertarla, pensé. Pero entonces me di cuenta que no tenía más remedio, a no ser que quisiera que mi padre y mi hermana nos descubrieran en esa situación.
Lentamente empecé a acariciar uno de sus brazos. Este se había apropiado de mi cintura durante las pocas horas de sueño. Pero los mimos no parecían despertarla en absoluto, así que decidí usar mis labios, lengua y dientes para conseguirlo. Recorrí el brazo, su hombro, su garganta y su barbilla, dejando suaves besos a mi paso por su piel, hasta que mis labios dieron con los suyos. Entonces sí que despertó. Se pegó a mí mientras nuestros labios decían todo lo que tenían que decir. Y sus labios y los míos no eran los únicos que querían mantener una animada conversación...

Sin embargo, por primera vez desde la noche anterior, mi cabeza se antepuso a mi corazón y a mis deseos, y paró.

“Tomoyo, deberíamos parar...”

“¿Por qué?”, preguntó adormilada, y su mano seguía con su travesía por mi cuerpo.

“Recuerda que estás en mi cama, cielo... Y no creo que ni a ti ni a nos guste que alguien nos pille in fraganti... Mi padre y mi hermana... A saber cuáles serán sus reacciones al verte aquí desnuda...” puntué mis palabras con un beso en su nariz.

“Tienes razón... Debo irme a casa...” accedió con un beso en las comisuras de mis labios. “Pero prométeme que mañana... es decir, luego, más tarde, vendrás a casa para hablar... Tenemos que pensar en cómo afrontar esto juntos... Yo no quiero mantenerlo en secreto, y espero que tú tampoco... No creo que fuera capaz...”

“Vendré, no te preocupes...”

“Entonces, me marcho...”

Y se levantó de la cama, apartando las sábanas de su cuerpo y dejándolo a la vista para que yo pudiera disfrutarlo. Caminaba por la habitación en busca de algo, mirando en el suelo, en la silla, en el escritorio...

Me senté al borde de la cama, siguiendo cada uno de sus movimientos. Su cabellera de ébano caía libremente por su espalda, cuya piel recordaba que era firme y tersa, igual que sus glúteos y sus piernas...

De repente, Tomoyo se dio la vuelta, con sus manos sobre la cintura y una mueca en su cara.

“¿Dónde está la ropa?” preguntó.

Intentaba recordar dónde la habíamos dejado... Oh, sí, ya lo sabía...

“Creo que la dejamos esparcida por el salón...”

“Oh, Dios mío... Oh, Dios mío...”, empezó a maldecir, yendo de un lado para otro. “Oh, Touya... ¡Y si tu padre y tu hermana lo han visto...”

“No lo creo... Seguro que llegaron tarde y que se fueron directamente a la cama...”, dije intentando calmarla, aunque ni yo mismo me creía mis palabras.

“Cosa que tú y yo deberíamos haber hecho...”, comentó.

“Técnicamente, no nos fuimos directamente a la cama, cariño, pero sí al sofá... Me parece que le he cogido mucha estima a ese mueble...”, dije con una sonrisa.

Ella me miró y se rió dulcemente.

Una diosa. Tenía a la misma reencarnación de Afrodita en mi habitación. Y, gracias a los dioses, era sólo mía. Iba a asegurarme de ello.

Su sonrisa abandonó su rostro, y me miró fijamente. La seriedad que reinaba en su faz me asustó un instante, pero después me tranquilicé al verla acercándose a mi. Se colocó delante de mí, y una mano acarició mi pelo. No pude evitar que las mía se pusieran sobre sus muslos, los cuales empecé a masajear.

Tomoyo tenía otras ideas. Sus manos se colocaron sobre las mías, y las subieron hasta la cintura. Tomoyo dio un paso más, y pude oler la fragancia almizclada que anunciaba su creciente excitación... y también la mía.
Mi cuerpo volvió a tomar las riendas, pues mi cabeza explotó de placer cuando ella se sentó a horcajadas sobre mí. Noté su centro uniéndose al mío con lentitud...

Los movimientos empezaron a hacerse más salvajes y fieros... pero nosotros no decíamos nada. Nos amamos con desesperación, mirándonos a los ojos, besándonos apasionadamente, moviéndonos peligrosamente...

Pero entre las cuatro paredes de mi habitación, iluminada por los últimos rayos de la luna, sólo se oían nuestros suspiros y gemidos… El frufrú de nuestros cuerpos al rozar las sábanas... El inconfundible sonido de nuestros cuerpos sudorosos acoplándose hasta llegar al clímax final.
Y un grito a dos voces opacado por un beso.

Recuperamos nuestro aliento, pero nosotros seguíamos unidos, siendo uno.

Ella me miró a los ojos. Sus lagunas violetas me miraban con fijación, con una promesa tácita de que esa pasión no desaparecería nunca, no nos abandonaría...

Al fin nos separamos, y nos vestimos para bajar al salón a recoger nuestra ropa. A ella le presté una camiseta de mis años de universidad, con las letras rojas y brillantes sobre el fondo negro. Le llegaba a medio muslo y dejaba su hombro al descubierto.

Aquella camiseta pronto se convertiría en la favorita de Tomoyo, la que siempre llevaría tras nuestras noches de pasión. Yo nunca volvería a ponérmela. Ahora era suya y su perfume estaba impregnado en la tela de algodón. Tomoyo estaba impregnada en mí.

Bajamos las escaleras cuidadosamente, intentando no hacer ningún ruido. Recogimos la ropa que había desperdigada por el sofá, y yo rezaba en mis adentros, rogando que nadie hubiera visto el desorden que habíamos provocado.

Tomoyo se puso sus braguitas, los pantalones vaqueros y sus zapatillas de deporte, y colocó el resto de la ropa en su bolso. Iba despeinada, con mi camiseta y una sonrisa enorme. Era el conjunto más bonito que le había visto puesto encima. Esperaba que no fuera la última vez.

Me ofrecí a acompañarla, pero ella se negó. No haría ningún bien si la acompañaba a su casa, en la que no había nadie. Demasiada tentación.

Por supuesto, tenía razón.

Nos besamos en la puerta, y nos despedimos hasta la tarde.

Apenas eran las seis y media de la mañana, pero el sueño me había abandonado. ¡Para qué dormir en una cama vacía si lo más interesante que había habido en ella se acababa de marchar!
Así que elegí la segunda mejor opción y me senté en mi sofá favorito... Imaginándome que Tomoyo estaba acurrucada a mi lado. Cogí el mando y encendí la tele. A aquellas horas sólo había documentales y dibujos animados...

En fin.

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¡Dios, qué placer!

Por mi mente pasaron una y otra vez imágenes de Touya sentado en su cama, mirándome como si fuera una diosa, o la misma Afrodita.

No pude evitarlo.

Necesitaba sentirlo cerca de mí, así que me aproximé a él, lo besé, y lo asalté.

No pensé que una posición tan... caballeresca... pudiera ser tan placentera. Me sentí como una amazona... Sólo me faltaban las correas y el casco.

Al menos sabía que aquella noche tendríamos la oportunidad de volver a experimentar un noche mágica.

Miraba las calles desiertas a medida que avanzaba por ellas. Los primeros rayos del sol se filtraban entre las ramas de los árboles y se reflejaban en los charcos de agua de las aceras... ¿Había llovido por la noche?

Cuando llegué a la mansión estaba demasiado ensimismada en mí misma para fijarme que algo no cuadraba. No me di cuenta hasta que entré en casa cuando vi a mi madre, quien se suponía que estaba en Nueva York, sentada en un sillón en la entrada.

“¿Mamá?”, pregunté extrañada. “¿Cuándo has llegado?”

“Llegué ayer por la noche... Aunque seguro que lo habrías sabido antes si hubieras pasado la noche en casa...”

“Pensé que no vendrías hasta el lunes...”, dije ignorando su comentario y su voz seca y enojada.

“¿Y por eso crees que no debería saber qué demonios está haciendo mi hija, dónde, y lo más importante, con quién?”, preguntó mientras se levantaba del sillón y se acercaba a mi a paso lento.

“Ya no soy una niña...”

“¡Eres mi hija!”

“¡Ya soy una adulta¡Ya tomo mis propias decisiones y me atengo a las consecuencias!”

“¡Eres una Daidouji, Tomoyo! Los Daidouji nos hemos distinguido durante generaciones, no solo por nuestro linaje, sino también por nuestro comportamiento intachable... ¿Qué se puede esperar de una niña que se escapa de noche de su casa para ir quién sabe adónde?”

“Estaba en casa de los Kinomoto, mamá. Si de verdad estuvieras preocupada por mí, y no por el qué dirán, no habrías estado esperando durante horas, sin mover ni un dedo, y habrías llamado a Fujitaka... o a mi móvil, uno de última generación que tú misma me compraste para tenerme vigilada las veinticuatro horas del día...”

“No te consiento que me hables así, Tomoyo...”

“¿Pero yo sí?”

“Soy tu madre, merezco respeto...”

“¡Soy tu hija!... ¿No merezco yo también algo de respeto, ¿de cariño?”

Una pausa que se hizo eterna para mí, pero que apenas duró tres segundos, fue lo único que necesité para tomar una decisión. Ya era hora de hablar seriamente con mi madre...

“Ahora me vas a escuchar, mamá. Voy a decir todo lo que te tenga que decir... Y después ya se verá...”

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La programación infantil era la reina de las mañanas en todas las televisiones los fines de semana. A mi edad, y después de cuidar de una hermana pequeña, entendía perfectamente el porqué.

Los niños son muy madrugadores. Se van pronto a dormir por las noches, pero al cabo de pocas horas vuelven a despertarse, para pedirte un poco de agua, o que los lleves al baño, o que los lleves a tu cama contigo. Tu, por supuesto, accedes. No puedes negarle a un niño que quiera dormir contigo. Lo pones en tu cama, donde piensas que lo tendrás más controlado. Crees que podrás dormir con tranquilidad durante las siguientes horas sin que te despierten. Pero estabas equivocado, porque simplemente el niño no te deja dormir. Te da patadas cada dos por tres. Descubres que ha heredado la capacidad de roncar de tu abuelo. Moquea y te deja el cojín lleno de babas. Se despierta cada media hora, y entre sueños, empieza a acariciarte la cara y a decirte ‘hola’. Se ríe a carcajadas porque está soñando. Se mea encima.

A las seis de la mañana, el niño, que ha dormido a pierna suelta, se levanta de pronto, se tira encima de ti, y te exige que lo lleves al salón, le pongas la tele, y le des la leche del desayuno.
Y tú, como buen padre o madre, se lo quieres dar todo. Y lo haces.

Después de ver la tele, y sus dibujos favoritos, lo bañas, lo vistes. Y te toca hacerlo a ti. Te bañas, pero el niño entra en el baño para pedirte que le des una tostada con mermelada, porque tiene hambre. Se la haces mientras llevas el pelo mojado y tu única protección es una toalla. Te vas a vestir, pero el niño necesita ir al baño.

A las once de la mañana estás agotado. Y el niño también. Los dos os dormís en el sofá. Te despiertas una hora después, dando las gracias a cualquier ser superior de que hayas conseguido unas horas de tranquilidad.

El niño sigue dormido cuatro horas después. Mientras, tu has comido, has planchado, has fregado, has barrido, has limpiado el baño, has hecho las camas, has puesto la ropa en la lavadora y la has tendido, has revisado la facturas, ha visto una peli malísima por la tele mientras intentabas leer el último libro de Dan Brown...

El niño se despierta a las cinco de la tarde. Le das de comer, lo llevas de paseo, juegas con él...
Y un par de horas después le das de cenar, la leche y lo llevas a la cama.

Y vuelta a empezar.

La rutina puede ser monótona y cansina... ¿Pero qué padre no haría cualquier cosa por sus hijos?
De hecho, yo estaba deseando experimentar todas aquellas cosas con mis hijos... Y tenía intención de convertir a cierta morena en mamá...

Un sonido me despertó de mis pensamientos. Me di la vuelta y vi a Sakura, con el pelo alborotado y enfundada en una sábana.

“Hace frío...”, fue lo único que dijo antes de sentarse a mi lado, acurrucarse en el cojín y apoyar su cabeza sobre mi hombro.

“¿Si tanto frío tienes porque no te pones pijamas que tapen más y enseñen menos, o te pones una bata, monstruo?”

“No me llames monstruo...”, se quejó débilmente, a lo que le siguió un bostezo. “¿Qué haces levantado tan temprano, hermano?”

“No podía dormir...”

“Y te has puesto a ver dibujos...”, comentó entre divertida y soñolienta.

“Sí... Estaba recordando cuando eras un monstruito y me pedías que bajara contigo a verlos... Te prefería entonces...”

“¡Idiota!”, exclamó mientras me pegaba un guantazo en el pecho.

“¡Oof! ¡Estate quieta!”

“¡Buenos días!”

Mi padre entró en el salón con una sonrisa. Se detuvo en la entrada de la cocina y me miró con extrañeza.

“Touya... ¿dónde se ha metido Tomoyo?”

Un escalofrío me recorrió por entero.

“¿Qué?”, pregunté inocentemente, con la mirada fija en la pantalla. Sentía dos miradas en mí me acusaban... y se reían.

“Bueno, hermanito, seguramente Tomoyo estaba hambrienta después de tanto ejercicio...”, me miró con una sonrisilla diabólica.

Una carcajada que provino de mi padre me sobresaltó.

“Otro día le dices que se quede... Siempre es bienvenida...”, dijo mi padre antes de marcharse hacia la cocina para preparar el desayuno. Era su turno.

“Si, es bienvenida... Pero por Dios, la próxima vez, no hagáis tanto ruido...”, bostezó y volvió a poner su cabeza en mi hombro.

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Después de una larga charla con mi madre habían quedado muchas cosas claras. Habían salido a la luz muchas emociones y pensamientos, recriminaciones y deseos.

Había confesado mi relación. Y eso, mi madre no se lo había tomado muy bien.

“¡Con Touya Kinomoto! ¿Te has acostado con Touya Kinomoto?”

“¡Sí!”

“¿Se puede saber qué he hecho yo para merecer esto?”

“¿Pero qué demonios estás diciendo?”

“Sabes lo que le hizo a mi prima ese profesorucho... La destrozó... la mató...”

“Eso no es cierto, mamá. Lo único que Fujitaka hizo fue amarla y darle los mejores años de su vida... Le dio a sus hijos, le dio una casa, modesta, pero le dio un hogar en el que vivir con comodidad...”

“No le dio más que dolores de cabeza...”

“Me sorprende que ni tú seas capaz de ver lo feliz que Nadeshiko fue con él... Si soy la mitad de feliz con Touya, me quedo más que satisfecha...”

“Ni se te ocurra liarte con ese...”

“Tarde. Ya lo he hecho...”

“Tomoyo...”

“Tú decides, mamá. O lo aceptas, o me echas de tu vida. Elige una opción. Pero recuerda que ya has pasado por esto una vez, recuerda que sabes lo que es que una familia rechace a un miembro y lo separe de ti por siempre... Recuerda que Nadeshiko eligió... Y eligió bien. En el caso de que yo deba escoger entre tu y Touya... mamá, saldrás perdiendo.”

“Él no te hará feliz...”

“No lo sabes, mamá... No lo conoces... No te has molestado en hacerlo. No te molestaste en conocer a Fujitaka... ¿Cómo puedes juzgar a una persona que no conoces en absoluto?... ¡Tú y tus malditos prejuicios!”

“¡Tomoyo!”

“¡No!, se acabó. Piénsatelo antes, mamá. Si tu decisión sigue siendo la misma... me iré de esta casa.”

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La cortejé.

Se lo merecía.

Sabía que lo estaba pasando mal con su madre, quien apenas le dirigía la palabra. Tomoyo me decía una y otra vez que abandonaría la mansión. Yo siempre le preguntaba qué haría después. Y ella me contestaba con una sonrisa, aunque sus ojos estaban tristes: ‘me colaré por tu ventana y tendrás que soportar dormir conmigo por el resto de tu vida’.

Yo siempre le respondía con un beso y un ‘cuando quieras’.

Nuestra relación se afianzó rápidamente. Mi familia aceptó encantada nuestro noviazgo, y hasta Sakura decía que se lo olía desde hacía un tiempo. Papá sólo sonreía, como si el también lo hubiera sabido.

Salíamos por las noches, íbamos al cine, cenábamos en su restaurante favorito, visitábamos el templo Tsukimine o íbamos al Parque Pingüino a comernos un helado.

En Tomoeda, los rumores de nuestra relación se esparcieron con rapidez. Todos los vecinos, o nuestros conocidos, o nuestros antiguos compañeros de instituto nos felicitaban cuando nos veían por la calle. En la universidad de Tomoyo también había comentarios de que la joven había ‘pillado’, al famoso Kinomoto... Mi fama creció con la espuma durante mi etapa universitaria gracias al equipo de fútbol de la facultad. Aún me conocen.

Nos encontrábamos en el tren muchas tardes. Yo siempre guardaba un asiento a mi lado, con la esperanza de verla entrar al vagón cuando parábamos en la estación de la universidad. Y ella siempre me besaba, sin importarle la gente. Me hablaba de su día, y yo le hablaba del mío. Cuando llegábamos a Tomoeda, cogíamos la moto e íbamos hasta mi casa, donde nos pasábamos las horas hasta que la acompañaba a su casa, muy a su pesar. Su madre no me aprobaba.

Aquel verano hicimos excursiones, nos fugamos un fin de semana a Miyajima, otro nos escapamos con nuestros amigos a Okinawa una semana...

Nuestra relación iba viento en popa.

Y, un día, me di cuenta de que ya era hora de dar un paso más.

Le pedí que se casara conmigo el día de su cumpleaños. Ella aceptó con lágrimas en sus ojos. Su anillo de compromiso era sencillo, pero le encantó.

Recuerdo el día que su madre, a regañadientes, nos dijo que, sin más remedio, daba el visto bueno a nuestro matrimonio. Nunca nos dio su bendición. Pero algo era algo.

Recuerdo el día de nuestra boda. Tomoyo llevaba un vestido blanco, que se ajustaba a sus curvas, que tan bien conocía. Recuerdo sus miradas mientras decía mis votos. Recuerdo sus lágrimas mientras ella decía los suyos.

Recuerdo el ardor de nuestro primer beso como marido y mujer.

Recuerdo la noche de bodas... Parecíamos dos vírgenes asustados...

Recuerdo nuestra luna de miel.

Nuestro primera casa.

Nuestra cama, en la que os concebimos a ti y a tu hermana.

Recuerdo el día que fuimos a la casa de muebles a comprar un sofá idéntico al que hay en el salón del abuelo. Y en él hicimos nuevas memorias. Y nos pasamos las tardes de domingo viendo malas películas. Y los fines de semana, cuando aun no había salido el sol, nos sentábamos contigo y con tu hermana a ver los dibujos animados. Y, cuando os quedabais en casa con el abuelo o la abuela, y mamá y yo jugábamos partidas al Scrabble que siempre terminábamos haciendo el amor en el suelo.

Recuerdo tantas cosas buenas... Y algunas malas... Pero todas las he pasado con tu madre. Y nunca hubiera querido pasarlas con otra mujer.

Tu madre es una mujer fascinante, Honshu. Y solo deseo que algún día conozcas a una mujer como ella que te haga tan feliz. A veces pensarás que no te la mereces, pero eso es el verdadero amor. Recuerda que seguramente ella piensa lo mismo de ti: que no te merece.

Recuerdo cada día que he amado a tu madre.

Y recuerda cada día que os he amado a vosotros, mis hijos.

Y recuerda que siempre os amaré.

Touya Kinomoto.

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Recuerdo que Touya me amó con devoción en nuestras noches como marido y mujer.

Recuerdo el día de nuestro primer aniversario. Lo celebramos en el sofá del salón, tan parecido al que tiene el abuelo. Bajo el destello de un cielo con estrellas. Creo que esa noche te concebimos a ti, Nadeshiko.

Recuerdo cuando, unas semanas más tarde, le dije a tu padre que estaba embarazada. ¡Dios, un hombre se pone insoportable! Pero él era tan entregado y tan cuidadoso... Nos cuidó como reinas, cariño.

Recuerdo el día que fui a hacerme la primera ecografía. Tu padre quiso venir, por supuesto. No sabes lo que sentimos cuando escuchamos los rápidos latidos de tu corazón. Parecía que el corazón se iba a desbordar de tu interior.

Recuerdo las primeras contracciones. Dolorosas. Pero tu padre estuvo a mi lado, agarrándome la mano con fuerza mientras yo te empujaba para que salieras a la luz.

Y recuerdo las lágrimas que tu padre derramó cuando, en mis brazos, cogiste su dedo meñique con esa diminuta mano. Y te puso nombre: ‘Nadeshiko’, como tu abuela paterna.

Y recuerdo tus lloros a medianoche, y tus primeras carcajadas, y tus primeros pasos, y la primera vez que dijiste ‘papá’ y ‘mamá’.

Recuerdo a una niña que entró, seis años después, a una habitación de hospital para conocer a su hermano pequeño. Y tú le pusiste nombre, en honor a una de las islas japonesas que habías estudiado hacía poco en el colegio. ¡Eras tan inteligente, y tan pequeña a la vez!

Recuerdo tu primer novio, a los dieciséis, y me relataste tu primer beso...

Recuerdo el día que me dijiste que estabas enamorada, a los veintiuno.

Recuerdo el anillo que llevabas en tu dedo anular de la mano izquierda... Y como brillaba ese diamante... Y como, entre llantos, nos anunciaste que te casabas...

Recuerdo todos los días que viví con tu padre, y contigo, y con tu hermano.

Recuerdo todos y cada uno de los momentos que vivimos juntos, embriagados por el amor.

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Nadeshiko y Honshu estaban sentados en el sofá del salón, que tantos recuerdos guardaba para sus padres.

En sus manos, cada uno tenía una carta.

El primero en alzar los ojos del papel fue Honshu, quien con un leve suspiro, dijo: “He terminado.”

“Yo no”, contestó Nadeshiko. Levantó la vista para ver a u hermano pequeño, quien a sus veinticuatro años era la viva imagen de su padre. Pero con los ojos de su madre. Las lágrimas inundaron sus ojos, nublándole la visión. Sintió la mano de Honshu envolver la suya.

“No llores, monstruo. No te queda bien...”

“¡Cállate, idiota!”

La pausa que siguió al intercambio de insultos calmó a Nadeshiko.

“Quiero terminarla...”

“¿La lees en voz alta?... Por favor...”

“Claro...”

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Recuerdo un día en especial.

Hacía tres días que Touya y yo éramos pareja.

Estaba esperando al tren esa tarde para volver a casa. Ahora miraba ese transporte con otros ojos. ¿qué habría pasado si Touya y yo no nos hubiéramos encontrado esa tarde?

El tren llegó puntual, y me subí al vagón y, como siempre, busqué un lugar donde sentarme. Me llevé una grata sorpresa cuando vi que tu padre estaba sentado en el mismo asiento, y su maletín, que aquella tarde había estado en su regazo, ocupaba el asiento de al lado.

Su rostro se iluminó con una enorme sonrisa cuando vio que me acercaba a él. Apartó el maletín, dejando el asiento libre para mía. Me senté, arrojé mis cosas al suelo, y lo besé, para interés del resto de viajeros.

Y empezamos a hablar, como el viernes anterior...

Nunca me he arrepentido de haberme casado con tu padre.

Sé que tu también has escogido bien. Tu marido te hace feliz, te hace brillar. Te hace mejor. Y espero muchos nietos, y nietas a los que mimar y cuidar.

He amado, amo, y amaré. Por siempre.

Y la culpa la tuvo el tren.

Tomoyo Daidouji.

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“Sin duda las palabras de mamá fueron proféticas...”, dijo Nadeshiko entre lágrimas.

“Lo sé... lo sé...”, suspiró Honshu, “La culpa la tuvo el tren...”

Desde el televisor, los dos hermanos pudieron oír las últimas noticias...

‘...Y por último, les recordamos que hoy se celebra el funeral por las víctimas del descarrilamiento del pasado jueves en Tomoeda. El aparatoso accidente en la estación originó heridas graves a decenas de personas, y las víctimas mortales fueron siete, entre los que se encuentran el conocido arquitecto Touya Kinomoto y su esposa, la diseñadora Tomoyo Kinomoto, y el fotógrafo estadounidense, Richard Pryce. El sepelio tendrá lugar esta tarde a las seis en el tenplo Tsukimine, oficiado por...”

FIN

Notas de la autora:
SUPERNOVA- Estrella que, en un intervalo de tiempo de unos cuantos días, aumenta su brillo intrínseco por medio de un proceso explosivo hasta un valor millones de veces más grande que el original, y después vuelve a extinguirse rápidamente.
A petición popular, he escrito el epílogo.
¿Sorprendidos?
No tenía pensado que fallecieran, pero creo que era la manera más ‘bonita’ para dar razón a las cartas. Siempre he creído que los ‘fantasmas’ tienen algún medio para comunicarse por última vez con sus seres queridos desde el más allá.
Espero que os haya gustado. Este no era el epílogo que tenía pensado, pero el primero no me convencía. Así que empecé de nuevo, y desde otra perspectiva, y esto es lo que ha salido. El otro lo tengo escrito, y puede que lo publique como ‘epílogo alternativo’ aunque no estoy muy segura de querer hacerlo. Cuando una persona no esta convencida de su trabajo...
No soy muy dada a escribir drama, ya lo sabéis. ¿Lo he hecho bien?
¡Por favor, por favor, dejadme vuestros comentarios!
Os quiere,
Mery