NUMB3RS (15.11.07)
Disclaimer: Card Captor Sakura pertenece a Clamp.
Resumen: Cuento con los dedos, y siempre llego a diez.
4. Cuatro estaciones
Esta noche estoy sentada en la barra de mi pizzería favorita, esperando a que llegues para que podamos cenar juntos. El trabajo te mantiene ocupado hasta última hora de la tarde, pero sé que amas tu profesión, así que entiendo perfectamente que quieras dedicarte en cuerpo y alma a él. No estoy celosa de tu oficina y de tus herramientas de trabajo, porque sé que, antes que tu trabajo estoy yo, a quien también amas y a quien te entregas en cuerpo y alma... cada noche después de cenar.
Los minutos pasan y tu no llegas, así que pido a la camarera, una de mis antiguas compañeras de instituto, que por favor empiece a preparar mi plato favorito. Ella asiente con la cabeza con una sonrisa, y me deja a solas en la barra para que yo pueda rumiar sobre ti, sobre mí... sobre nosotros.
Llevamos juntos un año. ¡Qué rápido pasa el tiempo!
Y pensando en ese año que hemos compartido, pienso en los momentos que hemos vivido.
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Primavera...
“No entiendo por qué tienes tantas ganas de visitar el lago. Aun hace frío para que podamos bañarnos, y yo no tengo ganas de mojarme los pies. Sabes que odio el agua helada...” refunfuñó Touya esa mañana de primavera mientras conducía hasta el lago a las afueras de la ciudad.
El cielo estaba completamente azul, y si te detenías unos instantes, podías escuchar el continuo canto de los pájaros y el lento vaivén del viento entre las hojas de los árboles.
Yo estaba recostada en el asiento del copiloto, viendo a través de la ventanilla. Era un día soleado, pero no caluroso. La primavera es siempre una estación engañosa. Puede hacer calor por la mañana y sorprenderte con un chaparrón a media tarde o con una tormenta de truenos y relámpagos que durara toda la noche.
Mientras tu seguías refunfuñando sobre la desagradable idea de poner tu piel en contacto con el agua, yo pensaba en las dos semanas que llevábamos saliendo juntos.
Todo el pueblo se había mostrado sorprendido al ver que teníamos una relación. Supongo que, después de tanto tiempo comportándome como una mujer taciturna y solitaria, en lo que a relaciones amorosas se refiere, todo el mundo pensó que estaba viendo un espejismo. Al fin y al cabo, recuerdo las miradas de algunas mujeres, celosas de ser la afortunada que ocupara tu corazón. Siempre has sido un hombre con fama de peligroso, aunque yo sé que eso era sólo una fachada con la que protegerte. Te conozco desde que era una niña, y sé que en el fondo eres el hombre más dulce y cariñoso que he conocido en la vida. Por algo eres hijo de tu padre.
Esa ternura y ese afecto me lo mostrabas con cada beso, con cada caricia... con cada noche en la que nos escabullíamos a tu habitación o a la mía para hacer el amor hasta que quedábamos agotados y satisfechos.
No podía creer que me quisieras de esa forma tan física e íntima.
Mis ensoñaciones fueron interrumpidas pues paraste el motor del coche en el aparcamiento de la entrada del parque. Aquel día no había nadie más en la zona, así que podríamos disfrutar solos de la belleza del paraje.
Salimos del coche, y seguías refunfuñando cuando abriste el maletero y sacaste la manta y la bolsa donde llevábamos la comida. Me cogiste de la mano, y me guiaste hacia un claro entre los frondosos árboles desde donde podíamos ver la superficie cristalina del agua. El lago estaba en calma.
Colocaste la manta con cuidado sobre la hierba y te sentaste. Me dedicaste una amplia sonrisa mientras me señalabas que me sentara a tu lado.
“No, no, no, no... Quiero mojarme los pies en el agua...” dije en una cantinela traviesa.
Touya parecía sorprendido ante mi negativa.
“¿Cómo? No, yo no pienso sacarme la ropa para mojarme las puntas de los pies... No, no y no. Me quedo aquí y te observaré mientras te congelas...”
“Está bien.”
Poco sabía Touya que mi intención no era mojarme los pies... Esa día el agua no era lo que iba a entrar en contacto con mi cuerpo.
Poco a poco, y asegurándome de que la mirada de Touya estuviera clavada en mí, me deshice de mi camiseta. La tiré sin miramientos sobre el pecho de mi novio, quien a cada prenda que me sacaba respiraba más rápidamente. Juraría que pude sentir un par de escalofríos recorrer su cuerpo... Escalofríos de placer.
Me saqué los pantalones, quedándome sólo con la minúscula ropa interior que cubría mis pechos y el vértice entre mis piernas.
“Te vas a... hmmm... quedar helada...” me dijo Touya, recostado en la manta sobre sus codos. Un revelador bulto crecía en su entrepierna. Sí, eso había sido un escalofrío.
“Supongo...” contesté a la vez que desabrochaba el cierre de mi sujetador. Le tiré el pequeño trozo de tela en el pecho. Mis manos descendieron lentamente hasta la cintura de mis braguitas... y empecé a bajarlas por mis piernas. “Pero estoy segura que tu serás capaz de hacerme entrar en calor... ¿verdad, mi amor?”
Me acerqué a él completamente desnuda y me acomodé sobre su cuerpo, sobre su rígido miembro aun cubierto por ropas que me parecía inútil llevarlas en ese momento.
“Pero estás demasiado vestido para esa tarea...”
Y qué decir que Touya supo exactamente qué hacer.
Desde entonces no refunfuña cuando le sugiero que vayamos al lago a pasar el día.
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Verano...
Aquella noche fue fresca. Llevaba puesto un fino camisón que apenas cubría las curvas de mi cuerpo. Te encanta ese camisón.
Estaba sentada en el jardín, y miraba las estrellas mientras pedía un deseo. Nunca pido deseos. Son demasiado difíciles de hacer realidad.
Una brisa suave me acarició los brazos, y yo me abracé para conservar el calor de mi cuerpo.
La luna brillaba en el más oscuro cielo, salpicado por pequeños destellos de luz. Las estrellas, esos diminutos puntos que nunca podremos llegar a tocar.
“Me pregunto si las estrellas están encendidas a fin de que cada uno pueda encontrar la suya algún día...*” dije en voz alta, citando una de las frases más bonitas de mi cuento favorito.
“Yo tuve suerte, y encontré la mía,” dijo una voz profunda detrás de mí.
“Touya...” suspiré. Mi aliento, mi pulso se detiene cada vez que le veo. Hacía apenas cinco meses que estábamos juntos, pero aún hoy no puedo remediar que mi corazón deje de palpitar cada vez que lo miro.
“Hace cinco meses una estrella cayó del cielo y soy muy afortunado por decir que fui yo quien se quedó con ella...” dijo a medida que se acercaba más a mí. Su paso era firme, pero pude notar claramente que estaba nervioso e inseguro. Sus manos enterradas en los bolsillos de sus pantalones de lino eran una clara señal.
“¿Y si no se cayó...?” pregunté.
“¿A qué te refieres?” cuestionó una vez estuvo sentado a mi lado. Sus ojos, marrones como el chocolate, no apartaban su mirada de mí. ¡Cuánto amo sus ojos!
“¿Y si la estrella decidió que no podía vivir en el cielo, sola en medio de la oscuridad, y quiso desprenderse del universo para estar contigo?”
Su sonrisa iluminó su rostro, y se acercó a mí para besarme con fuerza. Nos recostamos en la hierba, él encima de mí, entre mis piernas. El beso terminó pronto, pero nuestros alientos seguían mezclándose como si fueran uno.
“Entonces, esa estrella me honraría si aceptara pasar el resto de mi vida junto a ella...”
Y entonces fue cuando noté que algo duro se apretaba contra mi pierna. Sentí la mano de Touya ir hacia esa dureza, y de pronto vi qué era lo que había estado contra mi piel.
En el resplandor de la noche, pude ver con dificultad que Touya abría una pequeña caja de terciopelo, donde un anillo de oro blanco con pequeños diamantes engarzados se asentaba con elegancia.
“Esa estrella me honraría si aceptara ser mi esposa...”
Mis lágrimas impidieron la visión de su rostro cuando grité un ¡Sí! tan fuerte que creí despertar a todo el vecindario.
“Me pregunto si las estrellas están encendidas a fin de que cada uno pueda encontrar la suya algún día...”
Touya me repitió esa noche que yo era su estrella... para siempre.
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Otoño...
Las hojas de los árboles caían de sus altas ramas para cubrir el suelo del parque. Aquella tarde no era una tarde cualquiera.
¿Por qué habíamos peleado?
Ni siquiera lo recuerdo.
Sólo recuerdo que tuvimos un pequeño desacuerdo, y que entre una cosa y la otra, entre mi mal humor y el estrés de su trabajo y de los preparativos de la boda, se formó una bola enorme que empezó a caer ladera abajo, hasta que finalmente chocó con el suelo y se rompió en pedazos.
Sólo recuerdo que salí de casa hecha una furia, sin siquiera cubrirme con una chaqueta contra las bajas temperaturas de principios de noviembre. Mis pasos me guiaron hasta el parque donde tuvimos nuestra primera cita. Donde nos besamos después de ir al cine. Donde nos besamos la primera noche que hicimos el amor.
Las nubes cubrían el cielo, que de otra manera hubiera estado iluminado por las estrellas que tanto amaba. Por la luna que reinaba en las noches. El cielo encapotado era una mejor visión para mi mal humor y mi tristeza.
Las lágrimas resbalaban por las mejillas, en parte por la rabia y en parte por la impotencia. ¿Quién llora sin razón? Pues yo.
El viento frío decidió hacerme una visita, y lo sentí recorrer mi cuerpo como una descarga eléctrica... ¡Qué frío!
Me abracé el cuerpo, intentado conservar el calor. Es vergonzoso darse cuenta que ya no puede funcionar por ti misma. Es vergonzoso saber que, después de una vida en la que has intentado depender de nada ni de nadie, te das cuenta de que necesitas a esa persona para hacerte sentir mejor.
¿Por qué nos habíamos peleado?
Mi cabeza rugía por el esfuerzo de desentrañar esa pregunta, reviviendo la escena que había tenido lugar hacía unos minutos. Estábamos bien, disfrutando de un chocolate caliente en mi cama, mientras repasábamos los primeros pasos para preparar la ceremonia que uniría nuestras vidas: el templo, el convite, la luna de miel...
Un río de calor corrió por mi pecho al pensar el la boda, en el viaje de novios, en el matrimonio, en los hijos que crearíamos juntos, en las noches de pasión desenfrenada...
Y entonces, como si fuera en cámara lenta, recordé el inicio de nuestra discusión: la lista de invitados...
¡Por Dios, mira que llegas a ser celoso!
Por un lado lo entiendo, no quieres que él venga a nuestra boda. Al fin y al cabo, él te robó tu primer amor, y no sé de dónde sacaste la idea de que yo un día pude sentir algo más que amistad por él. Es sólo un amigo, un compañero de aventuras cuando era una cría...
Aunque pensándolo bien, yo tampoco quería que ella viniera a la boda.
¡Qué lío!
De repente, oí pasos que se acercaban a mí, y te vi corriendo, con mi chaqueta entre tus manos. No te detuviste hasta que llegaste a mis pies y te arrodillaste ante mí. En tus ojos sólo pude ver el remordimiento causado por la estúpida pelea...
“Tomoyo, lo siento, lo siento, lo siento...” repetías. Me cogiste de las manos y las acercaste a tu boca para besarlas. El calor de tu boca calentó mi cuerpo.
“Touya, no...” un torrente de lágrimas se asomó en mis ojos. “Yo...”
“No tenía ningún derecho a decirte lo que te dije. Soy un tonto enamorado, celoso e idiota. No debería haber dicho nada. Sé que sólo es tu amigo, y nada más. Lo sé, pero es que pensar que pudieras sentir algo por otro hombre me mataría... Me moriría de sólo pensar que dejaras de quererme... Y en el fondo entendería si no quisieras casarte ahora conmigo, después de comportarme como un completo idiota....”
Te callaste porque te besé. Mi lengua se enredó con la tuya en un beso explosivo, en el que ambos nos dijimos todo lo que sentíamos.
“Tienes todo el derecho de sentirte celoso...” dije cuando nos separamos. Mis manos acariciaban tu pelo. Tus manos acariciaban mis muslos, que rodeaban tu cintura, impidiéndote la huida. “Yo también lo estaría si decidieras invitar a...”
“Nunca la quise, Tomoyo...”
Sorprendida ante tal revelación, pregunté:
“¿No la amaste?”
“No... Tomoyo, tú eres la única mujer a la que he amado. Ella fue el típico enamoramiento adolescente. Nunca la quise, nunca se lo dije, porque nunca lo sentí. No conocí el amor hasta que me enamoré de ti, cariño...”
“Eso me hace muy afortunada...”
“El afortunado soy yo, mi estrella...”
“Me encanta cuando me llamas así.”
“Lo sé. Por eso lo hago.”
Otro beso. Esta vez fue suave y lento, sin prisas.
“Entonces... ¿les invitamos?”
“No...” dije sinceramente. “No invitemos a nadie.” La idea apareció en mi mente como un flash. “Casémonos cuanto antes, y que sólo esté nuestra familia presente... ¿Para qué tanto esfuerzo si lo único que quiero es casarme contigo? Quién esté en la ceremonia no me importa, mientras seas tú el que me acepte. No necesito nada más.”
“Está bien,” concedió mi prometido.
“¿Estás seguro que no te parece una idea descabellada?”
“No. Es lo que yo también quiero.”
“Entonces, no más peleas sobre tonterías, no más celos infundados... No más preparativos de boda. Sólo tú, yo y el sacerdote.”
“Hecho.”
“Hecho.”
La risa inundó la noche silenciosa, y tú y yo nos fuimos a casa para celebrar nuestra reconciliación y nuestro amor.
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Invierno...
En esta época, en que los días de calor son desconocidos, y el frío se te introduce en el cuerpo, las calles están abandonadas por la noche. Cuando paseas por las calles a oscuras, la única luz proviene de las ventanas de las casas, iluminadas con los farolillos de luces, las velas de colores y el árbol de Navidad.
Esta noche es Nochebuena, y mañana Navidad, como dice el villancico.
Y yo iba paseando por esas calles silenciosas con las bolsas de regalos en mis manos.
Al fin llegué a mi destino, y toqué a la puerta como pude, pues no iba a dejar las bolsas en el suelo, donde la nieve podría mojar los obsequios.
Tu hermana, bella y sonriente, me abrió la puerta. Esta mujer, mi mejor amiga, siempre sabe cómo darte la bienvenida. Me arrancó las bolsas de las manos, y me hizo entrar a empujones en la calidez del recibidor. Allí me deshice de la chaqueta, la bufanda y los guantes, y los dejé de cualquier manera sobre la silla de madera tapizada en terciopelo verde que hay en la entrada.
Las bolsas y yo fuimos dirigidas hacia el salón, donde un enorme abeto verde, decorado con una explosión de colores, ocupaba una de las esquinas. Debajo de él había muchos regalos, y los míos iban a sumarse al montón en pocos minutos.
Una vez esa tarea fue completada con éxito, nos fuimos hacia la cocina para preparar la cena. Ni tu padre ni tú habías llegado, y también contábamos con la presencia del novio de tu hermana, su prima y mi madre. Menuda variedad...
Los minutos pasaron veloces, y pronto tuvimos la mesa preparada. La cena estaba cocinada y a punto de ser servida. Sólo faltabais vosotros.
Tu padre fue el primero en llegar, y después de recibirme con un beso, se puso las manos a la obra para ayudarnos. Tuvo muy poco que hacer, pues ya nos habíamos encargado de eso. A los pocos minutos llegó mamá, cargada con decenas de paquetitos. Muy pocos son conscientes de que a mi madre le encantan estas fechas, en las cuales se convierte en una niña pequeña. Le encantan los regalos, los papeles de colorines y los lazos. Le encanta romper el papel y descubrir lo que éste esconde.
No tardaron mucho en llegar el mocoso y la mocosa, como te gusta llamarlos. Supongo que fue una suerte que no estuvieras, porque tu hermana recibió a su novio con un buen beso.
Daban las nueve cuando al fin llegabas a casa, y todos te saludaron. Me dejaste la última, como siempre. Te gusta hacerme esperar, porque sabes que me pone nerviosa la anticipación de tenerte entre mis brazos y tomar tu boca.
Una vez saludaste a mi madre, me miraste y me acercaste a ti. Y me besaste con ardor delante de todos.
“Te quiero, preciosa.”
Aún se me tiemblan las piernas al oír esas palabras...
La cena fue exquisita. Tu padre es un gran cocinero, al igual que tú y tu hermana. Se nota que vuestro padre os enseñó bien.
Saciados, nos sentamos en los sofás del salón, donde nos pasamos las siguientes horas charlando sobre frivolidades. Llegadas las doce de la noche, nos reunimos alrededor del árbol, y cada uno cogió un regalo. Los demás los dejaríamos para la mañana siguiente.
Tú me ofreciste el tuyo, y yo te di el mío.
Y todos, como niños, abrimos los regalos.
Yo me quedé con la boca abierta.
En una cajita de terciopelo rojo, había una pulsera de plata. De ella colgaban varias figuras: un sol, un anillo con una circonita, un conejo, un hada, una hoja de un árbol y una estrella.
“Por cada uno de los momentos inolvidables, tanto buenos como malos, que he pasado a tu lado estos últimos meses, Tomoyo. Y los que seguirán.”
¿Por qué siempre rompo a llorar cuando te pones endemoniadamente romántico?
¡No tengo remedio!
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Llegas justo a tiempo, pues la camarera viene hacia mí con la pizza que pedí hace veinte minutos. Hago como si no te hubiera vista, y te aproximas a mi por la espalda, plantándome un beso en la clavícula, sin vergüenza, ante todos los comensales del restaurante, muchos de los cuales conocemos y se ponen a cuchichear cuando te sientas a mi lado y me besas como es debido.
“¿Qué hay para cenar, a parte de ti, mi estrella?” preguntas juguetón.
La camarera, sin embargo, responde por mí.
“Una cuatro estaciones marchando.”
*El Principito, de Antoine de Saint-Euxepéry.
Notas de la autora: ¿Qué os ha parecido? Espero que os haya gustado. Es, hasta el momento, el relato más largo que he escrito.
¡¡Dejad vuestros comentarios, que ayudan mucho!!
Saludos, Mery